La gente me toma por una chiflada cuando digo que lo que llevo peor de vivir sola es cuando aparece una araña en casa. Pero es verdad.
Además, yo sé que los animales saben cuando tienes miedo y se aprovechan de él. Y las arañas lo saben. Vaya si lo saben. Por eso tienen todas un complot en mi contra. Me odian y quieren acabar conmigo, lo sé. Aunque sea del susto, planean matarme.
Hoy por ejemplo, ha habido dos que pretendían joderme el sábado.
Esta mañana me he levantado dispuesta a limpiar mi casita, la-lará-larita. Y cuando quito la colcha de la cama para cambiar las sábanas, cae una araña negra y horrible al suelo. No era grande, pero era fea como el demonio. Y se queda ahí, en el suelo, mirándome con ojos desafiantes. Yo, llena de valor y armada con un pañuelo la he espachurrado. Ja. Muere, muereeeeeeee, maldita araña del demonio.
Pero siempre que aparece una araña me entra la crisis. Seguro que hay más. Seguro que no venía sola. Venía con su familia, sus amigas o su escuadrón de matar a Naar. Así que empiezo a limpiar y rebuscar compulsivamente. Ya no es que cambie las sábanas. Es que miro entre cada pliegue. Sacudo furiosamente la colcha, el nórdico, la almohada. Seguro que hay más escondidas. Igual hay un agujero en alguna costura y se ha metido entre medias del nórdico, anidando entre las plumas y dejando ahí sus pequeñas crías, para que un día se hagan grandes y poderosas. Entonces, cuando menos lo espere, ¡zas! Saldrán y me comerán. Como en una peli gore. Me visualizo durmiendo plácidamente y de repente, miles de millones de pequeñas arañas empiezan a brotar de todas partes de la cama y me dejan en los huesos. Está claro. Es lo más probable. Así que empiezo a repasar las costuras del colchón, de la colcha, de mi amado nórdico que ahora estoy considerando prender fuego. No haya nada. Pero no hay que fiarse, las arañas son muy listas. Urden maldades en mi contra. Así que escudriño cada mota sospechosa de la pared. Del suelo. Del techo. Cada pelusa es susceptible de ser una araña. Muevo todos los muebles. Fumigo cada rincón de la habitación hasta que acabo medio intoxicada.
Y bajo de nuevo al salón a seguir con mi limpieza. Fijo que aquí hay más. Claro. La de la habitación era la avanzadilla. El resto del ejército arácnido está aquí. Así que de nuevo, corro los muebles, aspiro y friego compulsivamente. Paso el plumero por las paredes. Limpio y limpio como una desquiciada. Al cabo de dos horas de fregoteo psicótico, me siento un poco más calmada. Ya no hay más. Y el mensaje ha quedado claro: cada araña que entre en esta casa será exterminada sin piedad.
Entonces abro la terraza para dejar la bolsa de basura y tirarla luego. Pero algo en el suelo se mueve. Y no quiero ni mirar, porque es demasiado grande para ser una araña con la que yo pueda. Aprieto los dientes y miro de reojo. Madre de Dios. Es una araña. Una araña enorme. Una especie de tarántula horrible y marrón. Y esas me dan más pánico aún, porque el verano pasado una picó a mi madre y terminó en urgencias con una crisis anafiláctica. Son un tipo de araña que se llama de rincón y son bastante peligrosas. Total, que tengo que matarla. Como venganza a lo mal que lo pasó mi mamá. Y porque podría entrar en casa. Podría picarme. Podría picar a mi Ron. Podría matarme, esta puede conmigo sin lugar a dudas. La miro de nuevo, agazapada en una esquina, camuflada entre unas hojas secas. Joder. Esta araña ha debido de ser entrenada por las fuerzas del Vietcom. Esto es la guerra de guerrillas. Y es lo bastante grande como para no poder matarla con la mano. Ni loca me acerco yo a ese bicho. Pero no puedo pisarla porque está en un ángulo chungo. Así que cojo la escoba y trato de sacarla de ahí. Y cuando la veo moverse, entro en crisis. Lo que más me desquicia de las arañas es verlas andar, con todas esas patas, que no sabes hacia donde van. De hecho, me pongo tan nerviosa, que mientras maldigo entre dientes y siento cómo me pica todo el cuerpo, la araña me churrea un par de veces y se vuelve a su rincón. Pero ya es cosa de orgullo. No te vas a salir con la tuya, maldita. Muere, muereeeeeeee. Y al final la piso. La piso, la repiso y arrastro el pie por el suelo, por si acaso. Muerta, súper muerta, requetemuerta.
Tengo tentaciones de nuevo de ponerme a limpiar, pero la terraza está llena de porquería y es la hora de comer. Así que mejor meterme en la ducha y frotarme hasta que deje de picarme todo.
Así que, yo que soy súper defensora de los derechos animales, por una vez me pongo en su contra. Y voy a hablar en serio por un momento. Por favor, por el bien de la humanidad, por mi escasa cordura, por la gente alérgica como mi madre o por lo que más queráis, si veis una araña de este tipo, matadla. No la dejéis, ni la echéis. Son peligrosas. Mirad
esto o buscad información suya si queréis en Internet y veréis que pican, son venenosas y sus picaduras se ulceran y dejan secuelas. No es cosa de broma. Es por responsabilidad. Que la gente es idiota y trae animales de otros países sin pensar en el impacto medioambiental o en la salud pública. Que una tarántula, un escorpión o una serpiente no son un animal de compañía porque pueden hacer daño. Pueden escaparse y picar al vecino, a un niño, a alguien como mi pobre madre. Así que, bromas a parte, cuidadito con el tema.